PensarJusbaires
Revista digital
OPINIÓN
10.09.2020

LA PREVISION SOCIAL EN ARGENTINA: LAS CRISIS Y EL FUTURO

Por Eugenio Semino
El Defensor de la Tercera Edad porteño reitera su posición, en esta nota especial para Pensar JusBaires, acerca de que discutir la viabilidad del sistema previsional y la recomposición de los haberes es discutir la sustentabilidad de Argentina como país. Pone blanco sobre negro los errores de los distintos gobiernos cometidos en desmedro del sistema jubilatorio.

Introducción 

Quienes nos dedicamos a trabajar en temas relacionados con el sistema previsional muchas veces pecamos, a la hora de explicar los problemas que enfrenta el sistema, de ser excesivamente crípticos. La hojarasca de cifras, porcentajes y tecnicismos que se manejan cada vez que se comentan una nueva ley o un nuevo decreto hace que la explicación no sólo se vuelva oscura sino también expulsiva para todo aquel que no está directamente vinculado con el problema. En parte esta complejidad es inevitable, pero para tomar consciencia del problema general que atraviesa el sistema previsional en Argentina, y que es un problema de toda la comunidad, no solamente de jubilados y jubiladas, es preciso trazar un retrato de grandes rasgos.

Para ello podemos hacer el siguiente ejercicio: dejemos de lado por un momento la historia, con todas las complejas idas y vueltas que tuvo el sistema a lo largo de las últimas décadas, tomemos una foto del estado de las jubilaciones tras el segundo decreto presidencial de 2020 sobre el tema.

El decreto 542/2020 mantiene suspendida la Ley de Movilidad jubilatoria y establece un aumento de las jubilaciones que es menor al que correspondía según la ley. Si comparamos el estado de los haberes jubilatorios con la Canasta Básica del Jubilado cuyo último cálculo se efectuó poco antes del decreto y que dio $45.201, vemos que los tres niveles más bajos de ingresos quedan por debajo de la canasta. A eso hay que agregar a quienes cobran Pensiones No Contributivas y la Pensión Universal para Adultos Mayores, ya que entre un 70 y 80% de los mismos están por debajo de la jubilación mínima. ¿Cuántas personas están comprendidas en todo este conjunto? Más de 4 millones de personas, el 70% de los jubilados y jubiladas, en torno al 10% de la población total del país.

Ese es el cuadro que hay que tener presente cuando se habla de este tema, esa es la imagen que las discusiones específicas y en ocasiones demasiado técnicas tienden a ocultar, a veces involuntariamente, otras con total consciencia. Ante ese cuadro la habitual discusión mediática, reactualizada cada vez que hay un anuncio en torno a las jubilaciones, se torna un poco ridícula.

El haber jubilatorio está tan degradado que no tiene sentido discutir un punto porcentual más o menos de aumento, o si las jubilaciones pierden mucho o poco con la inflación. El día de mañana un gobierno puede otorgar un aumento que sea realmente ventajoso, pero en nada cambiaría la situación general, si a quienes cobran el doble de la mínima todavía les falta casi un 50% para llegar a cubrir la canasta básica.

Tomando como referencia este cuadro, si nos vamos hacia atrás vemos una larga historia que tiene la forma de una pendiente que lleva hasta la actualidad. Cada gobierno a su manera realizó su aporte al deterioro general. Y si vemos hacia adelante no hay ningún augurio de que la situación vaya a revertirse. Ahora bien, ¿por qué ocurre, ocurrió y seguirá ocurriendo esto? ¿Cuál es la matriz de comportamiento que lleva a repetir las mismas acciones bajo distintos nombres y apariencias? Sin pretender agotar la cuestión se pueden señalar tres grandes ejes que permiten acercarnos a una respuesta.

 

La política 

El primero es el más evidente: la rapacidad del sistema político argentino ha venido devastando al sistema previsional durante décadas. Cambian los nombres y las modalidades pero el resultado es siempre el mismo. Los gobiernos utilizan los fondos del sistema previsional para cubrir otras necesidades. Se paga deuda externa o se utilizan los fondos para cumplir objetivos políticos específicos. El macrismo, por ejemplo, aprobó bajo una lluvia de piedras en el Congreso la Ley de Movilidad Jubilatoria, que terminó representando una pérdida de cerca de 20 puntos porcentuales del poder adquisitivo de los jubilados. En ese momento el objetivo era volcar los fondos a la provincia de Buenos Aires para dotar a la entonces gobernadora macrista de recursos que le permitieran cerrarle el paso al peronismo en las elecciones. Después de eso, el peronismo no sólo ganó las elecciones sino que declaró la emergencia económica y suspendió la Ley de Movilidad por considerarla impagable. Se la reemplazó entonces por los aumentos discrecionales decididos por decreto presidencial. Después de eso vino la pandemia y la emergencia se prolongó hasta fin de 2020. En cada uno de esos pasos los haberes jubilatorios bajaron un escalón.

El binarismo político argentino, que hace casi dos siglos que se viene reactualizando para enmascarar grandes negociados bajo ropaje de disputas ideológicas, funciona a la perfección con la fagocitación del sistema previsional. Cada bando denuncia los mordiscos que dio su oponente y silencia los propios tarascones. Desde la oposición se defiende a los jubilados y desde el oficialismo se los saquea. No importa quien ocupe cada posición.

Ahora bien, para entender la lógica que subyace a todos estos movimientos hay que tener en cuenta algo muy simple. Los fondos previsionales representan la principal caja del Estado argentino. Y los jubilados no tienen la posibilidad de realizar medidas de fuerza directas que le generen al poder político un problema. A eso se agrega una clase política fuertemente cortoplasista, ávida de soluciones simples para problemas complejos, y aficionada a los negociados espurios. Si tenemos en cuenta estos factores no deberíamos sorprendernos de los resultados. 

Sin embargo esta clase gobernante, por sí sola, no termina de explicar toda la situación. Para que una jubilación se degrade al punto de asemejarse a un subsidio hace falta más que políticos inútiles y corruptos. Es preciso un contexto de emergencia que legitime las jugadas realizadas por el sistema político.

 

La economía 

En las casi cuatro décadas que van desde el retorno y la consolidación de la democracia el país vivió una cantidad tan grande de crisis económicas que lo excepcional es no estar en crisis. Si no estamos en una crisis económica, es porque estamos saliendo de una, o porque nos acercamos a la siguiente. El resultado de esto es que la emergencia es nuestra normalidad. En ese contexto la caja previsional funciona como el salvavidas siempre a mano que ningún dirigente se resiste a agarrar.

Hay sin embargo una relación más íntima entre crisis económica y sistema previsional. La situación de crisis anula el pensamiento sobre el porvenir. Dicho de otra manera, quien se encuentra en una situación crítica no se pone a hacer planes para el futuro. Y quien vive en crisis permanente vive siempre sin futuro. El mismo sentido de la palabra “previsional” resulta contrastante con la realidad argentina. Los diversos desfinanciamientos del sistema no son solamente la consecuencia de la urgencia económica, como por ejemplo cuando hay que pagar la deuda externa. También son el síntoma y hasta el símbolo de una cultura, de un modo de pensar la economía.

Para que dejar en claro que este no es un análisis abstracto o excesivamente interpretativo, veamos la letra del último decreto que prorrogó la suspensión de la movilidad jubilatoria hasta fin de 2020. Allí se afirma: “Que, ante la realidad impuesta por la pandemia de “COVID-19”, se torna sumamente difícil, ya no solo construir una fórmula de movilidad seria, razonable y perdurable, sino prever o predecir cómo se comportarán las variables económicas en los próximos meses, de modo tal de determinar, a priori, pautas serias para fundamentar técnica, económica y políticamente, los ajustes trimestrales indicados por la citada Ley N° 27.542“.

Podríamos reemplazar Covid-19 por hiperinflación, corralito, corridas bancarias y cualquier otra cosa que nos depare el futuro que nos empecinamos en no ver. Por otra parte, ante la posible objeción de que la pandemia es una situación imprevista y excepcional a nivel global, es preciso tener en cuenta dos cosas. La primera es que la suspensión de la Movilidad no ocurrió con la pandemia sino antes, con la emergencia económica dictada por el actual gobierno. La segunda es que la necesidad de una fórmula para calcular la Movilidad Jubilatoria ya es síntoma de nuestra decadencia. La Movilidad es un parche para tapar un problema estructural más grande y que no parece tener una solución imaginable: la inflación. En un país sin inflación constante no es necesario recalcular permanentemente los haberes.

Se van sumando de este modo parches para los problemas no resueltos. Y cada gobierno que viene tiene que buscar la manera de improvisar sobre un suelo que se desliza bajo sus pies. Toda previsión en un contexto así parece una utopía. Sin embargo administrar es, en gran medida, prever.

Se forma entonces un círculo vicioso. La falta de previsión nos lleva a una mala administración de los recursos, y esa mala administración desemboca en crisis económica. Una vez que estamos en crisis no podemos ponernos a prever lo que ocurra en el futuro. Hay que solucionar las urgencias. Cada vez que se desvían los fondos de la ANSES para otros fines, se reactualizan las condiciones que nos llevaron a la crisis.

La reiteración de esta mecánica no afecta solamente a la economía sino que moldea nuestro modo de vivir. Lo cual nos lleva al tercer eje de la cuestión.

 

La sociedad 

Pocos meses antes de que estallara la pandemia se vieron en los programas de noticias del mundo las imágenes de fuertes protestas contra un intento de reformar un sistema de jubilaciones. Las imágenes venían de Francia. Más de un funcionario local se vio tentado a utilizar el conflicto francés como un ejemplo de que las reformas de los sistemas previsionales no son un problema exclusivo de la Argentina. Nosotros, que no somos capaces de solucionar nuestros propios problemas, menos podremos encontrarle solución a los problemas globales, que afectan incluso a los países desarrollados.

Sin embargo, si nos detenemos a pensar en las imágenes que venían de Francia, vemos que lo ocurrido allí no solamente no legitima las dificultades vernáculas sino que pone en evidencia una diferencia sustancial entre ambas sociedades. Como dijimos antes, los jubilados no pueden realizar medidas de fuerza como los trabajadores activos. Las protestas en Francia tuvieron tanta repercusión y efectividad porque fueron realizadas por trabajadores activos, los cuales estaban defendiendo su jubilación futura.

El estado deplorable en el que se encuentran las jubilaciones en Argentina hace que el rol del jubilado no sea deseable ni defendible. Esto implica un problema letal para el sistema previsional, puesto que el mismo depende de los aportes que generan los trabajadores activos. Si no hay confianza en el sistema los aportes disminuyen y el desfinanciamiento se profundiza.

En la Argentina de las últimas décadas la palabra jubilado se fue convirtiendo cada vez más en sinónimo de pobre. El miedo a la vejez, el rechazo psicológico a verse en el espejo que adelanta, se refuerza y potencia con el miedo y el rechazo a la pobreza. Esta falta de proyección de la propia vida cala hondo en la cultura y en los modos que tiene la sociedad de reaccionar ante los problemas. El joven que no quiere envejecer, que no puede proyectar su vida, que vive entregado a un carpe diem neurótico y a la larga dañino es la última consecuencia de la destrucción de la previsión social. Es un ciudadano que no va a defender los derechos de los jubilados actuales y tampoco los propios a futuro, es alguien que va a estar más preocupado por ver “cómo se salva” que por contribuir a una comunidad en la que no vale la pena envejecer.

 

Conclusión 

No hay soluciones rápidas para problemas estructurales, que se vienen gestando e intensificando hace tanto tiempo. No es posible recomponer en el corto plazo el estado de los haberes jubilatorios. No es el cumplimiento de una promesa de campaña lo que va revertir la situación. Y no es un problema sectorial, que afecte solamente a jubiladas y jubilados.

En la medida en que la expectativa de vida siga creciendo seguirá creciendo la cantidad de personas empobrecidas por envejecimiento. Es decir que seguirá creciendo la pobreza financiada directamente por el Estado. El país no va a salir adelante si no consigue corregir paulatinamente esa situación.

Es necesario revertir la lógica esgrimida por los funcionarios de turno según la cual los haberes jubilatorios no pueden mejorarse por la crisis del momento, para plantear que la crisis ocurre y seguirá ocurriendo justamente porque no se recomponen, entre otras cosas, los haberes jubilatorios.

Discutir la viabilidad del sistema previsional y la recomposición de los haberes es discutir la sustentabilidad de Argentina como país. Es una discusión que se debe a sí misma toda la sociedad. Porque de ella depende su futuro. 

 

* El Dr. Eugenio Semino es Defensor de la Tercera Edad de la Ciudad de Buenos Aires. Fundador de la Asociación Civil Años – Espacio Gerontovida y Presidente de la Sociedad Iberoamericana de Gerontología.